Poems

El balón

Se traslada al momento en que el recuerdo la catea.
G.N. patada la puerta dice no mata gente inocente, ordena calle.
Helicóptero mosquea en cielos con llanto enmohecidos;
amenaza caminar al centro de la avenida cubierta de casquillos
o no responder de quienes prefieren el alero, “sospechosos”.
Ocho años y todo es grande.
Mira la uñita roja que le quedó al tocar la pared de su casa,
paredón de espías, su cama ensangrentada.
Se aferra a la abuela que temblorosa salta encima
de adoquines emparedados.
¿Dónde están los otros? -se pregunta-,
mientras por vez primera observa llamas altísimas
alumbrando la cantina del centro.
 
Apresuran el paso y se topan con la señora gorda
que nunca salía de su casa,
la pálida Buda sentada sobre la sillona, cargada por cuatro hombres
que la llevan como santo de bulto en alboroto de pólvora.
 
Entonces ella resiste el sudor de la mano y mira hacia atrás:
nunca olvida la primera vez
que vio un dinosaurio que era una tanqueta.